Lo más común es encontrarnos con que hay una percepción de que sólo se acude al psicólogo infantil cuando un niño/adolescente padece un problema muy grave o algún tipo de trastorno muy delimitante, sin embargo, la mayoría de los casos que tratamos son problemas puntuales que se superan durante un periodo de tiempo relativamente corto.
En cuanto al modo de proceder, lo primero, indicar que, en el caso de los menores, son los progenitores los que deberán ser informados de todo el proceso de terapia, así como deberán ser estos los que den su autorización para la misma.
En el caso de progenitores separados/divorciados, será necesario el consentimiento de ambos para cualquier tipo de evaluación o tratamiento.
En el momento en que nos planteamos el trabajo con un menor, nuestro principal objetivo es crear un ambiente ameno, divertido, donde el juego, el dibujo, cuentos, etc. (estos son los primeros elementos a destacar en la fase de evaluación). Como hemos dicho anteriormente, el menor debe sentirse cómodo y seguro, para que cada vez que acuda a terapia, este animado y con ganas de asistir.
Por otro lado, el trabajo con los padres es la otra parte importante del tratamiento, tanto para ellos como para nosotros. Evidentemente el primer contacto se hará con los progenitores, ellos serán los encargados de aportar mucha de la información requerida para realizar la evaluación. Igual que en el caso de los adultos, se utilizarán distintos materiales y técnicas validados.
Cada cierto número de sesiones con el menor, se acuerda una consulta con los padres para trabajar con ellos y realizar un seguimiento, resolver dudas, ver como progresa el menor y evaluar la situación desde su punto de vista.
Reseñar que, en cuanto al secreto profesional y confidencial, se actuará del mismo modo que en el caso de los adultos. Aunque en determinados momentos la terapia requerirá la ausencia de los progenitores, no por ello debemos entender, que lo progenitores no serán informados sobre lo realizado en terapia en su ausencia.